No hago revisiones casi nunca. La clave está en la palabra “casi”. Casi todas las agencias y profesionales de traducción ofrecen un servicio de revisión. Yo también presto ese servicio, pero muy de vez en cuando. Y, ¿de qué depende? Pues de unos cuantos factores.
Si el cliente es conocido y tenemos una relación laboral establecida, no me importa darle una vuelta a un texto o comprobar que no falta o sobra nada. No tengo nada en contra de revisar, corregir y volver a revisar. De hecho, es parte fundamental de mi trabajo de traducción.
Ahora bien, una cosa es revisar un texto que ha sido traducido por un profesional, y otra cosa muy distinta es revisar un texto que ha traducido un primo o un amigo, por poner un ejemplo, ‘porque sabe bastante inglés’. O un texto que alguien ha pasado previamente por un programa de traducción automática con resultados catastróficos. Y sí, digo catastróficos aunque suene muy exagerado, porque hay textos tremendos por ahí sueltos. Y se nota especialmente en los proyectos que requieren de una traducción creativa. ¿Os acordáis del Loot Centre? El Centro Botín, por si hay algún despistado por ahí…
Volviendo a las revisiones, hay textos que exigen una reescritura, es decir, no se trata de cambiar una palabra aquí o allá. Hay que rehacer la traducción completamente. Y lo peor de todo es que en la gran mayoría de las veces, tampoco contamos con el texto original. O incluso si contamos con ello, es mucho más trabajo ir cotejando el contenido en uno y otro idioma que si lo hubiéramos traducido nosotros mismos.
Así que ya lo sabéis, esa es la principal razón por la que muy pocas veces acepto revisiones. Son un marronazo y muy poco rentables. El cliente se acaba gastando más que si hubiera contratado una traducción en condiciones desde el principio. Otra razón es que cuando se trata sobre todo de texto más creativo, es mucho más complicado “juzgar” el trabajo de los demás. Como traductores que somos, cada cual tiene su estilo y eso es algo muy personal y subjetivo. Una cosa es corregir errores de contenido, matices y demás, y otra cosa muy distinta es opinar sobre la elección de un determinado término por parte de un compañero de profesión. A mí me resulta difícil, porque como ya he comentado, el estilo de cada uno es personalísimo. ¿En qué momento mi estilo es más valido que el del compañero?